Antes del choro que les viene encima, un comercial: me publicaron otro cuento en punto en línea de la UNAM. Me dicen qué onda.

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Hace un par de días, a partir de un post incendiario de la bella Ira [me gusta llamarla así porque suena oximoronioso] se desató una conversación virtual en el blog de Ernesto Priego.

Dentro del post, Ira firmó una carta a quien se ponga el saco en donde exige que el escritor debe armarla de pedo ante la cruda realidad que amenaza de cerca nuestro entorno. Todo esto a propósito del Encuentro de Escritores de Oaxaca al que tuve oportunidad de cubrir (gracias a ella), y en donde presencié la apatía y el desinterés (no) de (todos) los escritores, a los que ella alude en su carta. Publico aquí un mail que sólo iba para ella, pero que ya entrado en ánimos comprometidos, les dejaré leer a todos.

Ira:

Si el encuentro hubiera sido privado, claro que la oportunidad de abrazarse y felicitarse está chingón, ¿a poco no? Tomar con escritores fue a toda madre, pude compartir unos mezcales con un amigo, por ejemplo, y crear algunos lazos. Sin embargo se le convocó al público en general, y ahí estoy de acuerdo contigo. Opino que el escritor, si bien no tiene todas las respuestas ni es el salvador de la humanidad, debe comenzar a dialogar ante lo desconocido. (Esta carta la escribo como diseñador gráfico).

Estoy seguro de que hasta los escritores tienen una opinión como todos nosotros, pero, quizá por no comprometerse con nada, por temor a quemarse, por el miedo al ridículo, no la hacen pública y ponen el viejo escudo de que el escritor debe estar comprometido con la literatura. Por supuesto que sí, lo contrario sería el colmo, pero también deben preguntarse cosas que la gente normal se pregunta, ¿no es cierto? Ellos son los que piensan que el escritor debe ser sabio, intachable, cuando tiene que ser el más confundido de todos. ¿Entonces por qué el temor a externar su confusión?, ¿por qué subir pedos a la mesa?, ¿por qué el temor a equivocarse? Por un ego del tamaño del mundo que les hemos colocado. Resultado: ausencia de convicciones: un presente anodino: un futuro pusilánime.

Nomás si quiero aclararte que eso sucede en todo el país, en todos los encuentros, no nada más en el que organiza Almadía (cuya labor no tengo que decirte que admiro, ya lo saben todos), y que no todos los escritores se comportaron como dices, de algunos escuché reflexiones parecidas a las tuyas. Pero también quiero decirte que tu carta es congruente con lo que pide. Más allá de si está bien redactada o es clara o si generaliza, ha provocado un diálogo, una discusión, más de uno se ha quemado por tu culpa (incluyéndome).

En este país, no sólo los escritores, le tenemos miedo a la confrontación. Se nos ha dicho que es malo discutir sin saber que del choque se produce algo nuevo, hacia arriba. ¿ Y quienes tienen la voz para dialogar entre ellos? Cierto: los escritores. Yo no pido nacionalismo, ni izquierdismo, ni compromiso político férreo y congruentísimo. Pido ánimo de entrar al debate. O cuando menos dejar de pensar que ser apolítico o apático significa estar por arriba de todo. Ser apartidista no tiene por qué significar ser huevón. ¡Ni siquiera quisieron polemizar sobre el diccionario de Chirstopher Domínguez! ¿ A qué le temen? Quizá estés equivocada, Ira, (como seguramente lo estoy yo), pero has provocado que más de uno se pregunte sobre sí mismo (mira que es difícil: incluso pienso que no tomaré cuando me toque discutir en público). Y esa es la esencia. Te expusiste en público, y creo que todos, por introspectiva que sea nuestra ficción, tenemos que dejar de temerle a la exposición, debemos asumir las consecuencias del acto de escribir. «Al escritor en México se le ha enseñado a ser una apagafuegos -me dijo un maestro hace poco-, cuando debería de ser el fuego mismo».

Tengo un amigo (José Eduardo) que ni siquiera ha pretendido ser escritor. Él firma con su nombre textos comprometidos con su estilo, pero también con su opinión (puede equivocarse a veces, eso se le agrradece), en una ciudad con escasa libertad de expresión. Pienso en mucha gente cercana, pero sobre todo en él, ajeno al glamour literario (no porque no sea glamouroso, sino porque el suyo está en otras partes), mientras termino de redactar esta carta.

Andrei

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Justo cuando comienzo a redactar la carta anterior, Agnieszka me dice por messenger que la viene persiguiendo la siguiente frase: «Las milanesas son el peor invento del mundo». Elucubraciones respecto a eso, en próximos posts.